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Entre 1995 y 2005, Lars von Trier y sus amigos escandalizaron con la intransigencia de sus manifiestos y declaraciones provocativas referidos a la industria cinematográfica y a los filmes que, según se consideraba, aplicaban su programa. De esa manera, proclamaban su pertenencia a una nueva “vanguardia”, el Dogma. Ese movimiento, dividido entre la parodia y el radicalismo, hoy ya perimido, no por ello dejó de poner de manifiesto los rasgos distintivos de una posición en medio del campo cinematográfico y de la sociedad, cuyas primeras manifestaciones se remontan a comienzos de la década de 1920: violencia retórica, inversión de los valores, política de grupo, desde el principio pensado como internacional, superación del arte en la vida.
Este libro pretende retomar la cuestión de “la vanguardia en el cine” interrogándose sobre sus condiciones de posibilidad a fines del siglo XIX, cuando la categoría surge en las artes, al mismo tiempo que el cinematógrafo, que no puede participar en ella dada la naturaleza del espectáculo que propone y sus modalidades de producción.
A partir de entonces, ¿cómo aprehendieron las vanguardias artísticas el cine, que les era externo, y cómo éste asistió al desarrollo de las posiciones de vanguardia en su seno? Desde la década de 1920 se quiso reducir la vanguardia a un estilo, una escuela, un género, antes de limitarla en el territorio aparte de una bohemia o, por el contrario, se deseó ver a la “nueva vanguardia” inscribirse en la renovación del cine institucional (Astruc, 1946, Bazin, 1952). De este modo, la vanguardia nunca dejó de “terminar” ni de “volver” en antagonismos que están lejos de ser sólo estéticos.